“Mis raíces son mercedinas”
por Fernando Pachiani
Hace más de 40 años que está radicado en Mar del Plata. Fue propietario en Mercedes de boliches emblemáticos en la década del 70. Hoy está jubilado disfrutando de sus hijos y nietos.
Mercedinos Mardel
“Vine para Mar del Plata a fines de los ochenta – comienza a contarnos Raúl. En realidad ya venía de la década del 70 viajando a Mar del Plata porque hacía un tipo de trabajo de asesoramiento impositivo, sobre impuesto inmobiliario.
O sea que para el año 86 u 87 tenía una comodidad acá así que me fue más fácil y para los chicos también, ya se trasladaron con su colegio, y empezamos a estar acá en Mar del Plata. Como tenía unos clientes importantes, entonces apuesto a Mar del Plata y vinimos para acá.
Hay dos cosas que yo siempre evalúo y las sigo evaluando a la hora de tomar ciertas decisiones, primero las amistades. La palabra amigo, sabés lo que significa, mis amigos eran de allá. Tengo a mi hermano Pepe que vive ahí, una hija más chica que vive ahí, Sofía. Voy una vez al año, o vienen ellos, pero las raíces son mercedinas, no hay nada que hacerle. Cuando entro a la ciudad uno se emociona de verdad – confiesa.
Mirá cómo será que entre los mercedinos que viven acá hemos hecho hasta grupito de WhatsApp. Lo tengo a Pedro Beltrami, al Gurí Perazzo, Ignacio Garcerón… Estamos en permanente contacto. El grupo de WhatsApp se llama «Mercedinos Mardel». Escribimos todos los días, alguna cosita o algún chiste. Con Pedro nos conocimos de chiquito porque él vivía en la 33 y 28, y con el Gurí y con Ignacio fuimos al secundario a San Patricio, tenemos la raíz, es como juntarse con alguien de la ciudad. Estamos en el centro los 4. Yo estoy en Entre Ríos y Belgrano, Pedro a una cuadra y media, El Gurí en Mitre, e Ignacio un poco más allá, pero estamos cerca”.
El barrio
“Cuando yo nací, vivíamos en la 38 entre 31 y 33. Vivíamos enfrente de los lecheros Bianco. Ahí vivimos hasta cuando terminé la primaria… Comencé yendo al jardín de infantes de la Escuela Normal, yo a la tarde y mi hermano a la mañana. Y también hicimos toda la primaria allí. Cuando terminamos la primaria, nos fuimos a vivir enfrente del Club Estudiantes, sobre la 31, donde vivía el Dr. Ernesto Bossie. Éramos muy amigos. Él compró esa casa, y en esa casa me crié e hice la secundaria en el Colegio San Patricio, promoción’68.
En la secundaria, yo era medio haraganote para estudiar, hay que reconocerlo. Teníamos en inglés el petiso Carmody, teníamos al Padre Queen en religión, la profesora de geografía Bonnet, directora del Colegio Normal. También lo tuve al papá de Hugo Bonafina. Estaba Tabossi también… Tengo lindos recuerdos. Jugábamos atrás de la canchita. Momentos muy lindos.
Estaba el «Lechón» Iribarren como profesor de Educación Física, sobre todo él insistió tanto con el básquet, de ahí surgió el Gurí Perazzo. El Lechón le insistía en que sea basquetbolista por la altura, y de tanto que le insistió fue tomando carrera, jugando los intercolegiales… Se combinaba bien con el Flaco Argüelles.
En cambio yo no me llevé muy bien con el deporte, de hecho cuando nos fuimos a vivir enfrente del Club Estudiantes, ahí tenía la comodidad de que estaba todo a mano. En esa época estaba fichado para jugar al básquet en el Club Quilmes y al fútbol en el Estudiantes, jugué hasta en tercera. Pero tenía un gran defecto: no me gustaba entrenar, entonces a la larga yo mismo me fui separando o me fueron separando, pero era muy haragán. Si hubiese seguido quizás le hubiese dado algo más a los clubes, pero bueno no me gustaban los entrenamientos, o no sé si no me gustaba la dependencia esa… De hecho renuncié a un trabajo en el Estado, porque no podía cumplir horarios, y como tenía otros trabajos agarré esos que me quedaban mejor” – confiesa.
Coyoi
“Cuando terminé la secundaria me fui a La Plata, porque mi viejo siempre me decía que él quería que estudiara, como mi hermano, que estudió en la Universidad del Salvador y estaba en La Plata, con el Gurí Perazzo, que ya jugaba en Gimnasia, con otro muchacho, Teté Barrenetche.
Yo estuve un tiempo hasta que un día vine a casa y le dije a mi viejo que no gastara más dinero conmigo en estudios, que ni a mí ni a mi familia nada me iba a faltar, que se quedara tranquilo. Después entré en una oficina pública, y luego abrimos la confitería Coyoi, en la 18 y 29, donde termina el Banco Nación, allí había un local que era una biblioteca y después estábamos nosotros. Esa fue la primera confitería que abrimos. Empecé con el tema de las evaluaciones fiscales. Me gustaba andar mucho. Inclusive extraño esas actividades hoy en día.
Cómo surge lo de la confitería es una anécdota muy linda. En ese momento veníamos haciendo amplificaciones en fiestas, porque mi hermano siempre fue DJ, pasaba música y a mí me gustaba la organización de fiestas. Un día a mi viejo lo trasladan… Mi viejo empezó en el Banco de Mercedes a los 14 años, y después en el Banco del Oeste, y lo trasladan a Luján.
En el año 77 o 78, abren Kalahari en Luján. Imagínate lo que era en ese año, ya súper modernos. Y él tenía contacto con los dueños, porque eran comisarios de abordo, y le empezó a gustar, vio cómo era la cosa, se reunieron varias veces, y un día se nos apareció en casa diciendo: “si no seguís con el estudio, ¿qué te parece abrir algo así con tu hermano?” Como estaba en Luján tenía trato con esta gente, y nos lo propuso. Consiguió el local, y empezamos, con su apoyo por supuesto, y unos tíos que estaban en la puerta. Se inauguró en septiembre del 71. Era bailable. Abría todos los sábados. Teníamos la política de que todos los primeros sábados de cada mes traíamos un gran número de capital: Tormenta, Sociedad Anónima, Banana Pueyrredón… Los Nocturnos vinieron 5 veces. En vivo todos los primeros sábados de cada mes, contratábamos nosotros esos artistas. Una recaudación por mes iba para un espectáculo porque creíamos que era la forma de mantenernos en el tiempo. Trajimos a Los Mandriles.
El nombre surge porque queríamos salir de lo normal, queríamos algo lindo. Entonces, como teníamos mucho contacto con una familia Tokashiki, le pregunté a Tokashiki, cómo se manejaba la parte bailable en Tokio, y él me dijo que había una avenida o un lugar, un sector que vos entrabas como si hubiese sido la Avenida Constitución de Mar del Plata por ejemplo. Y allí había un arco que decía Koyoi, que significa algo así como «noche romántica». Entonces pusimos dentro muchos signos japoneses. Teníamos la planta baja con su barra, un entrepiso con sillones para descanso, y un sótano donde teníamos música toda la noche con su propia barra.
El segundo año hicimos la terraza. En el 73 o 74 lo dejamos porque necesitaban el local, y ahí después abrimos Craiova. Abrimos confiados porque creímos que mucha gente nos iba a seguir. Hubo unos meses que trabajamos poquito, en el 75 la economía había caído mucho y en algunos lugares no le cobraban a las damas. Antes pagaban varón y mujer. Nosotros sí estábamos cobrando. Nos preparamos para los carnavales y a partir de ahí se empezó a llenar. Aunque la recaudación que hacías no te respondía. Yo siempre fui de organizar, ver los bares, la seguridad.. Y mi hermano, José Martín, Pepe andaba con la música” – recuerda.
Craiova
“Aquella época fue famosa por los boliches en Mercedes. Venía funcionado bien el Gallo Pardo; después abrieron Gipsy. Cuando abrimos Craiova estaba Mirage o Chivak, y entre que cerramos uno y abrimos el otro mucha gente se fue ahí. Hasta que pudimos levantarlo. Con Craiova hay una anécdota que algunos quizás recuerden. En el 76 para 77, sale una ley provincial, que no se permitían en las confiterías menores de 18 años. Ahí teníamos mucho éxito. Pero era la época de los militares, que entraban tocando el pito, palpaban a todos, mujeres por un lado y hombres por otro… Algunos les gritaban, ¡penal, gol!… Parecían que se llevaban a todos, porque se tenían que llevar a alguien…
Cuando sale la ley, no te podías hacer el vivo, porque estaba en vigencia. Pero los chicos iban igual, se sentaban en el cordón de la vereda y se quedaban ahí, horas. Tenías que ver… No hay foto, pero era impresionante. Yo creo que tengo algunas fotos, pero no sé dónde…
Cuando se cayeron las ventas, empecé a investigar. Leí que decía que no estaba prohibida la entrada a los menores de 18 años en los lugares que tenían personería jurídica, por ejemplo un club. Y me fui a hablar con la Comisión del Club Progreso, así que empecé ahí, y llevé algunos espectáculos, para que puedan entrar algunos chicos de 16 y 17. En el 78 abrimos una confitería que se llamaba Calé, en la 25 entre 16 y 18. Antes estaba Burako. Yo saqué la cara de la entrada y puse un castillo. Teníamos a la juventud pachanguera en el Club y teníamos pareja en Calé. Estaban los dos grupos dando vueltas, entonces hice eso. Calé no fue tan destacada, pero bueno…
Las confiterías eran nuestro modo de vida. Con la confitería mi hermano y yo nos compramos nuestro rancho. Era mi idea desde muy jovencito.
Como siempre me gustaron los proyectos y demás, yo quería que la familia tuviera su techo…
Creo que ya estaba un poquito cansado. Siempre me la rebusqué, llegué a tener 4 trabajos…
En Mar del Plata no se me dio por abrir una confitería, porque a mí me iba bastante bien con este trabajo, entonces para qué. Además tenía clientela de toda la provincia de Buenos Aires y tenía que viajar mucho. Con unos amigos de un laboratorio que hacían suavizantes de ropa, me puse con eso también. Un día me dije: «vengo de Mercedes a Mar del Plata, tardo 4 horas, puedo tardar 6”. Y entraba a los pueblos y vendía los productos… Pero el laburo te saca tiempo de la familia… Hoy que tengo algo más de 70, sé que no estuve tanto tiempo con mis hijos como para disfrutarlos” – confiesa.
La familia
“Tengo 5 hijos y una pareja hoy. 8 nietos. Todos espectaculares, todos se quieren, muy pero muy lindos.
Tengo un hijo en Balcarce, otro en Tandil. Dos hijas en Mar del Plata, y a Sofía en Mercedes. Son 3 mujeres y 2 varones.
Mi primer hijo lo tuve a los 24 o 25 años. No sé si fue así que no pasé tanto tiempo, como dije antes, pero así es como lo siento.
Por eso ahora quiero estar con mis nietos, pero sé que ellos también tienen su vida y no me puedo meter ahí cada 5 minutos.
Por eso como te decía, ahora estoy muy bien, valoro mucho la familia. Lo que sí me pone a veces un poco medio melancólico, es el hecho de no poder moverme como hacía antes, ir de un lado al otro… Mis hijos me dicen: “viejo pará, hacé algo, pero no podés hacer 50 cosas a la vez como hacías antes”.
En el 98, me puse un lavadero de ómnibus de larga distancia. Como se cayeron los otros trabajos, hice eso. Consigo un terreno de un amigo a media cuadra de la terminal vieja, que es un shopping. En ese momento me volví a enredar otro poco, pero me fue muy bien. Y en el 2013 probé con un lavadero de camiones, pero tuve un problema de salud, y a partir de ahí se reunieron mis 5 hijos y me hicieron parar todo. «A vos no te va a faltar nada» me dijeron. «No rompás más las bolas. Terminá con todo». Y a partir de ahí me dedico a ser jubilado… (risas).
Somos porfiados, por naturaleza. Primero te ponés porfiado y sumando años muy impaciente. Estoy en un grupo que se llama «jubilados en acción».
Pero siempre extraño a Mercedes. Lo primero que hago cuando voy es ver al Caio Gaggia en La Recova. Fui compañero de Edgardo en la primaria. Hay veces que voy dos días, y me quedo con mi hija, saludo a mi hermano y me vuelvo, porque si se enteran que voy me mandan mensajes: «eh no viniste» y te reclaman. Y la verdad que eso te hace poner muy bien. Por eso cuando voy a Mercedes tengo que quedarme varios días”- concluye.