Por Susana Spano

El sábado 8 de noviembre, en el Teatro Talía, se presentó la muestra anual del Taller Teatral 2025, que dirige Jorge Naipauer.

La propuesta abordó la construcción del retrato de alguien ausente desde la voz singular de cada actor, partiendo de la premisa: “Carmela desapareció”.

Catorce personas, individuos diversos, con intereses diversos y motivaciones diversas, se preguntan: ¿Dónde está Carmela? ¿Qué ha sido de ella?

La puesta no fue concebida como una historia lineal ni como una obra teatral clásica; el director optó, en cambio, por armar catorce monólogos en los que cada intérprete construye una imagen de Carmela.

En una puesta cuidada y precisa, Naipauer armó este complicado rompecabezas, atravesado por momentos disímiles, guiado por una trama que más que aportar datos sobre la desaparición de Carmela, deja al descubierto aristas ocultas de cada personaje que la busca, la extraña o le teme.

La acción se abre con Estela Padula, “la portera que guarda secretos”, convincente en su personaje.

Pablo Cavallero, “el exprofesor”, mostró aplomo escénico en su composición.

Abril Romero, “la que guarda las cartas”, aportó ternura y misterio a su personaje.

Bien jugada fue la actuación de Estefanía Marajo, “la que escucha voces”.

Atinada la composición de Juan Cruz Martín, “el que vende lo que no es suyo”.

Silvana Martín, “la que cocina para todos”, ofreció una sólida versión de su personaje.

Guillermo Coletta  fue expresivo en su papel de “el que cree en los milagros”.

Alejandra Tempesta transmitió su personaje con la rigidez atildada de una inglesa, en su construcción de “la que observa todo”

Víctor Moner, “el que no puede dormir”, hizo real la pesadilla del insomnio.

Mailen Hernández, logró una acertada y entrañable composición de “la que ya no espera”, liberando la tensión de la pieza y provocando la risueña complicidad de los espectadores.

Graciela Voigth, “la que no puede irse”, armó con propiedad su papel de la mujer amargada, incapaz de afrontar la realidad.

Mariana Fernández Vega, fue convincente en el rol de “la que sabe demasiado”, dibujando una delicada tela de misterio con sus palabras.

Santiago Fernández, “el que no puede olvidar”,  mostró una excelente actitud en el armado de un personaje que fue, nostálgico y emotivo.

Anabela Rendon, “la que nombra lo que pasó”,  en una  destacada actuación evidenció no solo su calidad escénica, sino su acertado lenguaje corporal,  en un cierre categórico con el grupo.

Jorge Naipauer, nuevamente puso de manifiesto sus condiciones de maestro y director, presentando una puesta que va mucho más allá de una simple muestra teatral. Con mano firme, llevó a sus alumnos a la realización de un espectáculo preciso, cuidado y riguroso, donde aprovechó al máximo los espacios, a través de una diagramación lumínica que otorgó a la pieza un toque sutil.

Una mención especial a quien tuvo a su cargo las luces: Iván Sosa.