A los 83 años repasa su larga trayectoria de militancia que nació en el Chaco a los 14 años. En su domicilio particular funciona una unidad básica. Nunca ocupó un cargo público. En una charla con Protagonistas recuerda los duros momentos que debió pasar por defender a Perón y Evita.
Cada 17 de noviembre la efeméride nos recuerda el Día de la Militancia. Una fecha que forma parte de un calendario sagrado especialmente para el peronismo. Pues se recuerda el regreso del general Juan Domingo Perón a la Argentina después de más de 17 años de proscripción. A pesar de los intentos de los militares una multitud fue a esperar a Ezeiza la vuelta de su líder.

En todos estos años se pueden encontrar miles de historias de militancia, de compromiso partidario, de respeto por el liderazgo de un dirigente. Pero nosotros elegimos una. Caprichosa tal vez. Pero una historia al fin. Es la de Mario Rodolfo Fernández, conocido en el barrio como el Chivo, o simplemente Mario.
Un hombre de 83 años que nos recibe en su casa de lo que alguna vez fue el barrio Evita y donde también hay mucho por recordar de tiempos de una militancia mucho más enérgica, más fuerte, o más comprometida sin que esta expresión busque ofender. Porque eran otros tiempos, había otros adversarios o enemigos. O serán los mismos con otros ropajes. Vaya uno a saber.
Mario Fernández, nació en Fortín Aguilar, provincia de Chaco, un 7 de octubre de 1942. Por entonces la historia aun estaba con muchas páginas en blanco. No había un 17 de noviembre, mucho menos un 17 de octubre. Llegó a Mercedes en el año 63, “con Kennedy a la cabeza” diría Fito Páez. Eran tiempos de colimba. El sorteo había hecho que le tocara Marina y su destino fue un barco de la división Sol que lo llevó a la campaña Antártica.
Su mandante por entonces era el suboficial Arancibia Zapata, a quien define como su jefe. Tenía relación con Mercedes y su buena relación hizo que viniera a estos pagos a conocer al menos. “Cuando conocí Mercedes me gustó mucho… había volantas, carros y unos pocos autos”, recuerda.
Fue este suboficial el que le encomendó su primer trabajo en la ciudad. Había comprado un almacén para su hermano en tiempos que el propio Fernández define como “bravos”. Debía cuidar que todo estuviese en orden. Fue su afincamiento definitivo en tierra mercedina.
Casa compañera
Mario nos recibió en su casa de 14 y 107. Donde funciona la Unidad Básica Curro Iriart desde 2019. Es uno de los ambientes más grandes de su propiedad. Es como un SUM, pero un SUM donde se respira peronismo. Las paredes muestran fotos, cuadros y banderas.
De Eva, del General, de Curro, hasta de Néstor y Cristina. Una lista amarillenta está enmarcada entre las imágenes. Es la lista del FREJULI. La de Héctor Cámpora presidente, Vicente Solano Lima vice. Está completa. Hasta el cuerpo donde figura Julio Gioscio intendente y Castro Olivera primer candidato a concejal.

Fue una de sus primeras experiencias electorales, aunque con un importante bagaje de militancia con muchos nombres conocidos de la Juventud Peronista de por entonces (Iriart, Goicochea, Caracoche, Apesteguía, entre otros).
Mario Fernández empezó a militar a los 14 años en Barranquera (Chaco), “nos habían puesto los Soldaditos de Perón, hacíamos política a escondidas”, recuerda. Pasa rápido la experiencia de la UCRI con un peronismo proscripto, se acomoda en la silla de plástico y afirma, “no siempre fue fácil ser peronista”.
Fernández responde cada pregunta con mucha tranquilidad, y aunque se le mezclan las fechas no pasa tal cosa con sus sentimientos. Sus ojos y su voz lo delatan. Siente alegría y satisfacción por los logros, pero una fuerte angustia por lo que no están. “Lo que más lloré fue ver cómo quemaban todo lo que era peronista, carteles, imágenes, libros… hasta la libreta de ahorro que teníamos los chicos, hasta eso nos quemaban. Los milicos te miraban hasta las cosas que llevabas a la escuela”, recuerda.
Vuelve al recuerdo de Cámpora y la Juventud Peronista en el ´73, fue protagonista de la entrega del poder de Julio Gioscio a los militares, “yo estaba en la mesa… le entregó una caja con un millón de pesos y le dijo que lo demás estaba en el banco, Gioscio los miró y les hizo saber que cuando se vayan iba a ver qué hicieron con esa plata”.
El barrio llevaba el nombre de Evita. Una denominación que reportaba fuerte identidad a esta zona de la ciudad. Pero como pasó con la Libertadora en La Pampa, ese nombre quedó solo en historia. “Un día vino el ejército, yo iba a trabajar, estábamos haciendo los desagües y en la 1 que era un camino, salían de la zanja milicos que estaban echados con ametralladoras como a las cinco de la mañana, me pararon y me dijeron «hoy no puede ir a trabajar, se queda en su casa y no salga para ningún lado»”, añade.
Los barrios Almafuerte, Obrero y Blandengues, estaban rodeados… “decían que acá había armas y ametralladoras. Nos llevaron a todos a la cancha del barrio Obrero y habían montado una carpa donde nos anotaban a todos. Un capitán dijo que este barrio está lleno de indios, de paisanos de todas las provincias, así que había que ponerle Blandengues”. Eso ocurrió entre el 81 y el 82. Años más tarde Mercedes tendría un barrio que recuerda a Eva Duarte, pero en otra zona de su geografía.
Por esos días aparecieron en la puerta de la casa de Fernández, tres uniformados, “un cabo y dos milicos, me abrieron el cajón de un aparador, y vieron una foto de Perón y Evita… usted es peronista, me dijeron. Yo respondí «hasta los huesos». Estaba jugado… «guárdelo bien a eso yo no vi nada», me dijo el milico”.

La militancia de esos años no era fácil, más bien era compleja. Fernández reconoce que la pasó mal, pero hay detalles que prefiere pasar por alto. “Hay cosas que no me gusta recordar… solo espero que a ningún militante le pase lo que nos pasó a nosotros, lo que más sufro es por la juventud que se perdió, ellos tenían futuro, tenían una dimensión de lo que podían hacer, pero no los dejaron… tenían valores y tenían un proyecto de país… no digo que seríamos potencia, pero sería un país justo, libre y soberano”, reflexiona.
Nunca le gustaron las divisiones y siempre tuvo un mensaje de unidad. Recuerda que cuando se produjeron las duras rivalidades entre Gioscio y Selva, se volvió a la casa y prometió no volver hasta verlos unidos. “El pueblo peronista si se uniera y se sacara de encima los chantunes que se nos han colado, ¿quién nos puede ganar?… Habría que hacer una buena elección de los jefes del partido provincia por provincia, pero que los acompañe la gente, sería hermoso eso”, piensa en voz alta.
Nunca ocupó ningún cargo, aunque muchos piensen que es jubilado municipal. Su trabajo estuvo en la construcción y hasta supo ser dirigente de la UOCRA. Su familia lo acompaña en ese compromiso militante, aunque alguno de sus hijos le haya dicho, casi como un reproche, que alguna vez se sintió descuidado por eso de militar para una fuerza política.
Para los “peronistas” la militancia ha sido a lo largo de su historia casi un mandamiento. Ese compromiso ha generado fenómenos sociales que la historia rescata, con los que se puede estar de acuerdo o no, pero ocurrieron y aún se recuerdan. Mario Fernández fue y es un cultor de esa militancia, que incluso hoy le reconocen los jóvenes que transitan la básica y que tienen un espejo en el cual mirarse. “Militar es ser parte del pueblo, es estar con la gente que lo necesita”, dice Fernández en la víspera de otro 17 de noviembre, de otro Día del Militante, su día.








