Es uno de los fundadores del Centro de ex Combatientes de Mercedes. Pasó 74 días en Malvinas. Las fuerzas británicas fueron sus enemigas, pero también el frío, el hambre y sus propios mandos. Para Marcelo, Malvinas es todos los días del año. Las vivencias en primera persona de un mercedino que estuvo en la guerra.

(Por Walter Anido)

Para buena parte de los argentinos, Malvinas es cada 2 de abril. Pero para otros, que combatieron en el Atlántico Sur, es cada día de sus vidas. Cada uno de los veteranos tiene su historia para contar y representan el testimonio vivo de una guerra que los marcó para siempre. En anteriores ediciones hemos intentado contar algunas de esas historias, recoger vivencias, tener un mano a mano con un excombatiente. Recuerdo por citar alguna, aquella entrevista con Walter Florida, quien había sido torturado en Malvinas por los propios militares argentinos. Recuerdo cuando pudimos a través de la actividad periodística, lograr que se reencuentre con el dueño de aquellas cartas que había guardado durante años. Fueron hechos muy movilizadores, fuertes, de esos que dejan también su marca. Pero siempre cada vez que se acerca un 2 de abril.                                    Los excombatientes viven 365 veces ese día cada año. Por eso otra vez quisimos escuchar a uno de ellos, a un veterano, a alguien que estuvo dentro de un pozo, bajo una lluvia de artillería que puso en riesgo su vida durante más de dos meses. “Preguntame todo lo que quieras, no tengo problemas en responder. Pero lo único que no voy a contestar es si me preguntás si maté a alguien en la guerra”. La condición la pone Marcelo Fernando De Cunto, un exsoldado del Regimiento 6 de Infantería que el 13 de abril de 1982, en una fría tardecita, estaba pisando suelo malvinense. Marcelo fue parte de la guerra de Malvinas. Padeció el frío, el hambre, el sometimiento de los militares, recogió cadáveres de compañeros, aprendió a robar para comer, fue prisionero de guerra, y considera que no es un héroe porque él no eligió ir a Malvinas. Lo visitamos en su casa de la Avenida 1 y allí mate de por medio (que por supuesto tiene grabada las islas), escuchamos atentamente su testimonio y lo compartimos en nuestras páginas.

“Sabía que me iban a llamar”

Marcelo es de los “pibes de Malvinas”, esos de la reciente canción que todos cantamos en el último Campeonato Mundial de Fútbol. Nació en el 62, fue el primer hijo de una familia que vivió durante muchos años en la 40 de tierra y 31, luego se mudó a la 33 y 34. Como muchos adolescentes de aquellos años escuchó el sorteo del Servicio Militar por la radio. Fue una mañana de 1980 en un salón de la Escuela Industrial. El receptor le confirmaba que su número de orden era el 593. Las chances de “zafar” eran casi nulas. “Te agarra un bajón”, dice. Especialmente porque la “colimba” la imaginaba como una pérdida de tiempo, un año que la vida no iba a devolverle y alteraba sus planes. Por ejemplo, de estudios. En el 81 se convirtió en soldado del Regimiento 6, “fue una colimba muy fuerte”. Pasó meses de instrucción en la Colonia de Olivera, en el campo del Regimiento, en San Jacinto y hasta en La Pampa recibió algo de adiestramiento. Cree que debió imaginar que por algo estaban haciendo esas prácticas, “eso fue con el diario del lunes”. Sin embargo, meses después le dieron la baja. Entonces empezó nuevamente a planificar su futuro. Quería estudiar como había imaginado. Se subió a un tren del Sarmiento. Iba al curso de ingreso de la carrera de Analista de Sistemas. Era el 2 de abril de 1982. Cuando bajó del eléctrico escuchó que en la Estación Once sonaba el Himno Nacional Argentino. “Parecía raro… no llegué al curso. Me volví. Sabía que me iban a llamar”, señala. En efecto, sus sensaciones fueron correctas. El 7 de abril se alistó nuevamente en el R6I. El martes 13 de abril estaba volando con destino a Comodoro Rivadavia, y horas después rumbo a Malvinas. Recuerda ver desde el aire el contorno de las islas. “No entendíamos nada, no sabíamos para qué nos habían llevado… sí recuerdo que fue una gran emoción ver flamear la bandera argentina en ese territorio”, comenta.

“Yo no elegí ir a la guerra…”

Fueron 74 días en Malvinas. Desde el 13 y hasta los últimos días de abril, todo transcurría sin sobresaltos. El primer día de mayo comenzaron los bombardeos y un día después hundieron al crucero ARA General Belgrano. “Hasta ahí decíamos no van a venir, sabíamos la potencia bélica que era Reino Unido, y al final se trajeron todo. Ahí empezó realmente la guerra, hasta el 14 de junio que fue la rendición”, narra Marcelo. Cada día era “eterno”. Apenas unas cuatro o cinco horas de luz natural y después largas noches. Por eso le pido a De Cunto que me describa cómo es estar en una guerra. “Es muy difícil que uno lo entienda. Por más que te lo explique solo lo puede entender quien lo vive. Pero yo no elegí ir a la guerra, a mí me mandaron, había una ley que me obligaba a ir, sino no hubiese ido…soy pacifista. No puedo entender que aún en 2024 haya conflictos que se resuelvan con una guerra”. Para Marcelo la guerra es el terror, es el hambre, el miedo, “llegué a pensar en que me pasara algo para volver… no lo hice, muchos militares lo hicieron, se pegaron tiros en los pies para poder volver. La guerra es el terror, el mal compañerismo… el hambre te lleva a eso. Pero una vez que estás allá, la mente se prepara. El frío… se sufrió mucho. Nosotros fuimos a la guerra con 18 años y volvimos con 30. En dos meses aprendimos muchas cosas, muchas feas… sin apoyo de los superiores. Muchos se escondieron y no te guiaban. Uno de los últimos días, en unos de los combates más duros, no teníamos conducción. Si yo hubiese sido militar me daría vergüenza decir que estuve en Malvinas, aunque eso no sea en términos generales”, relata. Aquí en el continente los argentinos recibían las noticias sesgadas. Los soldados en Malvinas no tenían información sobre cómo seguía la vida en Argentina. Recuerda Marcelo haber recibido una carta que habían firmado muchos mercedinos que un sábado a la noche habían ido a bailar a CdEP. “Una emoción bárbara… pero después dijimos, estos hijos de puta siguen yendo a bailar y nosotros a los cuetazos… El país no vivió la guerra. Si lo vivió alguna parte fue Santa Cruz y Tierra del Fuego que vivieron en condiciones de guerra”, recuerda. Malvinas le dejó a Marcelo De Cunto tantísimos recuerdos. El día del primer bombardeo aéreo, por ejemplo, dice haber transcurrido ese episodio como un actor, “era una película… los Sea Harrier tiraban y yo no alcanzaba a reaccionar. Después te acostumbrás y te da lo mismo volver o no. Solo pensaba en mis viejos… Es tan fuerte lo que se vive que todos pasamos lo mismo, pero podemos contar cosas distintas… lo que tengo seguro es que en una guerra no gana nadie”.

“Mis amigos murieron al pedo…”

Transcurrían los días en Malvinas y las fuerzas británicas dominaban el escenario de combate. Las tropas argentinas, diezmadas, estaban con la muerte al acecho. El 14 de junio llegó la rendición. Marcelo había pasado los 74 días y la guerra estaba por terminar. Estaba vivo, pero a la vez herido. “Mi primera sensación cuando nos rendimos es que mis amigos murieron al pedo. Sentí un dolor grande… ¿de que sirvió? Por otro lado, estaba vivo. Éramos prisioneros. Los ingleses nos trataron bien como prisioneros, si cumplías con lo que te pedían ni siquiera te gritaban. Si hubiese sido al revés no creo que hubiese sido igual”, dice. Tras cinco días bajo órdenes británicas, fueron trasladados en un barco inglés hasta el Bahía Paraíso, un buque hospital argentino. Tenía que subir mediante sogas a ese barco en altamar. Su condición física le decía que no iba a poder hacerlo. Pero lo ayudaron y pudo subir. “Recién ahí dije, estoy a salvo”, recuerda. El itinerario sigue hasta un puerto en Tierra del Fuego (Punta Quilla), Río Gallegos y un avión hasta Campo de Mayo. “Nos llevaron allá tres o cuatro días para engordarnos, nos hicieron firmar una declaración jurada que no podíamos hablar de Malvinas, no podíamos tomar contacto con nuestras familias… Pero no nos pudieron tener. Mercedes fue una de las pocas, sino la única ciudad, donde los excombatientes llegamos de día. Muchos otros llegaron de noche sin que nadie sepa nada”, continúa.

“No me pondría ropa militar ni loco”

Marcelo De Cunto junto a Walter Castro, conformaron uno de los primeros Centros de Veteranos de la Argentina. Sucede que la posguerra fue dura. Muy dura. No había trabajo para ellos. Los militares los ignoraban y hasta pretendieron achacarles haber sido los responsables de la derrota. Sin embargo, se han visto muchos veteranos vestidos con ropa militar, luciendo orgullosos los uniformes. Marcelo no piensa del mismo modo. “Son los menos. Yo no me pondría una ropa militar ni loco. Los del Centro de Veteranos ninguno. Yo sé que se van a ofender, pero quienes lo hacen, nosotros decimos que se disfrazan”. Los veteranos no la tuvieron fácil después de la guerra. Como Marcelo, muchos se anotaban para conseguir trabajo, incluso en empresas del Estado, sin respuesta alguna. El destino quiso que el jefe de personal de una multinacional que tenía una planta en Mercedes (Dupont), fuese el padre de un excombatiente. Una buena cantidad de ellos consiguieron trabajo por un tiempo. Desocupado ya, vio un aviso en un diario que había una vacante en el Juzgado Federal. Fueron a la localidad de San Martín por ese trabajo y volvieron sin suerte. “Una abogada amiga me dijo que vaya a hablar con el juez que era Marcelo Heredia. Me junté con él y me fue sincero… me dijo que si no se jubilaba alguien no iba a haber posibilidades. Pero una semana después tocaron el timbre de casa y me dicen que habían echado a uno… me ofrecieron para entrar como ordenanza. Ahí estoy todavía, y agradecido con Heredia”, cuenta. Como puede verse nada les fue fácil. El paso del tiempo permitió que se fueran integrando a la sociedad, que los reconozcan en todo sentido, que los estudiantes quieran conocer sus historias sin trabas como supieron tener en otros años. Por caso, en una escuela, un Centro de Estudiantes organizó una charla, pero su directora se negó a que se lleve adelante. En la actualidad, sin embargo, surgieron nuevamente algunas afirmaciones que proponen retroceder algunos casilleros sobre el tema. Por eso Marcelo agradece. Agradece al intendente Ustarroz por el respeto que les dispensa, por haberles permitido tener su propia casa, pero también se preocupa por la postura del actual Gobierno nacional. “No son antipatria… se olvidan de los caídos. A eso sumale que el presidente adora a una asesina como Margaret Thatcher. Ni siquiera lo veo como un vendepatria que de hecho lo es, sino como una falta de respeto a los caídos y sus familiares”, remarca. Para Marcelo De Cunto, Malvinas es cada día de su vida. El 2 de abril representa una fecha en la que pueden decirle a la sociedad que la guerra no sirve, que el servicio militar tampoco según su visión, “muchos dicen que la juventud está perdida y que el servicio militar podría ser bueno para ellos… A mí el servicio militar me enseñó a ser mal compañero, robar, pagar por lo que hacían otros, a padecer el sometimiento… en Olivera yo a un cabo le tuve que besar las botas. No sé cómo sería ahora con los militares 2024”. Tras más de una hora de charla, Marcelo se dirige desde la mesa del living hasta un pequeño rincón, casi un altar, donde guarda recuerdos de Malvinas. Va derecho a tomar una foto donde se lo ve abrazando a su madre en el regreso a Mercedes. Pasaron 42 años de aquellos días que marcaron a una generación con sangre y fuego. 42 años de una guerra de la que muchos no volvieron. De un conflicto que no terminó, que tantos otros no pudieron soportar y se quitaron la vida. Marcelo De Cunto es uno de nuestros veteranos, uno de esos “pibes de Malvinas” que no debemos olvidar jamás. Mañana será 2 de abril. Será su día, debería serlo cada uno de los días que forman parte de nuestro calendario.  

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